En extinción
Cuando quiero comprar carnes frescas suelo ir a una carnicería donde por lo general me atiende una misma joven, aunque hay varios empleados también son buenos. Hace apenas dos días, en su hora de descanso, alcanza a verme y grita: “¡Amiga!, voy a atenderla”. Es una chica bastante joven quien con amor y cuidado selecciona por lo general (conoce lo que siempre compro) qué me va a ofrecer cuando voy a ese lugar. Esto parece algo quizás sin importancia para otros, pero para mí, más que venderme un producto, recibo conjuntamente con él una hermosa dosis de afecto y deseo de servir a mi persona. Eventos como este se hacen cada vez menos comunes, y con frecuencia me pregunto: “¿Qué está pasando en nuestra sociedad donde una gran parte de las personas, en vez de estar contentas y agradecidas de tener un trabajo a través del cual deben dar un servicio, quisieran que los que vamos al lugar, gracias a quienes ellos cobran, no existiéramos?”. En ocasiones me he sentido tan mal atendida por algún