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Por asunto de trabajo tenía que ausentarme cada dos o tres meses del país, motivo por el cual decidí darle una extensión de mi tarjeta a mi hija mayor cuando tenía 17 años, por si se presentaba una eventualidad económica. Un lunes, sin querer, en su monedero se la llevó al colegio y fue robada. Se da cuenta al día siguiente, e inmediatamente me comuniqué al banco y me dieron los consumos. Valiéndome de una foto del grupo, como los estos fueron efectuados en un mismo centro comercial, me dediqué personalmente de ir tienda por tienda con dicha foto y descubrí por mi misma quién fue, una compañera de clases. Fui donde el padre, un señor de grandes valores morales; le expuse la situación y en ningún momento se sorprendió por lo que yo le estaba demandando. Le mandó a llamar en mi presencia y, de manera autoritaria y sugestionándola, le preguntó con recibos en mano, sin dudar que ella pudo haberlo hecho: ¿Dónde está todo esto?, te atreviste otra vez. Esta experiencia provocó en mí lo que ll