Me pregunto...

En días pasados, recibí un video, de tantos que le llegan a uno, que fue de gran impacto para mí. Un niño, que por su voz no parece tener más de seis años, cuestiona las implicaciones y cambios que trae la vida, a partir del momento que llega la mayoría de edad; no entiende por qué los adultos pierden la sonrisa, andan preocupados, la mayor parte de su tiempo se la pasan buscando dinero y más dinero para comprar cosas y que, una vez obtenidas, para nada parecen servirles porque siguen con los rostros endurecidos. Se hace una serie de cuestionamientos de hasta dónde es mejor quedarse niño que entrar y montarse en el “tren de los adultos”.

Cada día las personas se enfrascan en más tareas, las cuales les roban no solo lo que analiza el niño, sino que acaparan todo su tiempo, sin que apenas puedan disponer del mismo para las personas cercanas, especialmente su familia. Si te sientas a conversar, por ejemplo, con jóvenes, te darás cuentas que por lo general estos han perdido la costumbre de compartir en familia, ya que por lo visto la familia, debido a múltiples ocupaciones, apenas coincide en el hogar y, cuando están, son tantas las preocupaciones y, como dice el niño, “caras duras”, que aunque tengan la necesidad de hablar con sus progenitores, entienden que ya con los problemas expresados en sus rostros les basta.


Entonces, ¿con quién van ellos a hablar y a quién le van a expresar sus inquietudes, necesidades y dudas? Es por eso que, igual que el niño, desearán retroceder, no crecer y así tal vez les hacen caso. Lo peor de todo es que lo más adultos no se dan cuenta de la situación, porque ya han hecho de esto un estilo de vida que no solo les envuelve, sino que se acostumbran y, apenas llegan al hogar, necesitan seguir revisando y tratando de seguir solucionando cosas “importantes” y que son “necesarias de analizar” y con ello al día siguiente ven si se pueden solucionar. En este círculo vicioso vive una gran parte de la sociedad; sin darse cuenta que, cada vez más, va perdiendo, no solamente la capacidad de sonreír, sino de compartir la cosas pequeñas, disfrutar pequeños momentos con sus seres queridos, lo cual, si te detienes a ver, es lo único que verdaderamente tiene sentido. ¿Te encuentras dentro de este grupo? Rescata lo que en realidad tiene valor.

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