Reconciliación


Desde niña contemplaba el compartir de una familia cercana, la cual estaba compuesta por once hijos: la madre y el padre, sumado, uno que otro hijo de la persona que ayudaba en la casa, al cual, cotidianamente, también estaba presente e interactuaba en las actividades diarias. Siempre pensé cuán hermoso debía ser tener muchos hermanos, ya que nosotros éramos tres (dos varones y yo, que era menor) con diferencia marcada de edad entre ellos y yo, razón por la cual, prácticamente, no tenia con quien jugar y, por ende, siempre estuve rodeada de primitos, los cuales llenaban el espacio de los hermanos que siempre añoré. Lo que, hoy por hoy, me ha dado la oportunidad de siempre estar rodeada de esos primos y, aunque solo somos dos (mi hermano mayor falleció), tengo una familia numerosa.

Traigo esto a relucir, por la oportunidad que tuve la semana pasada de compartir con una familia numerosa, donde todos ya son muy adultos, no en calidad de terapeuta, sino, por ser de confianza de la misma y, claro está, por mi condición de psicóloga, y participar con ellos para dilucidar conflictos entre algunos de sus miembros que, por años, habían permitido distanciamientos. La misma se convocó en virtud de que la madre, con 91 años ya cumplidos, en su condición de cabeza de la misma que, aunque con perdida total de la visión, tiene sus facultades en muy buenas condiciones , ya que reconoce a cada uno de los hijos e hijas, nietos, bisnietos y, como ella felizmente decía: “Tengo hasta tataranietos”. Una de sus nietas, durante semanas, estuvo compartiéndome la necesidad de que, dada la condición de la misma, era propicio y oportuno tratar cosas que nunca, por años, se habían tocado. Verdaderamente positivo fue el resultado de la misma, donde, no solo se aclararon cosas, se expresaron sentimientos, los cuales permitieron como respuesta de lo que era una pared impenetrable se convirtiera en un abrazo acompañado de palabras, expresiones de libertad, de forma tal que, mientras yo observaba, sus rostros que, inicialmente estaban endurecidos algunos, parecería como si se lo hubiesen cambiado.

Evitemos, por todos lo medios, tanto en la familia nuclear como entre familias, el muro de la discordia, el silencio ante situaciones que nos disgustan, el no comunicar a veces detalles pequeños y que nosotros mismos los convertimos en montañas.

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