Relleno

6:00 am, suena el reloj despertador con lo que se anuncia el inicio de la faena del día;
Mary tiene que vestirse, tomarse un vaso de leche o nada (no hay tiempo), salir corriendo
para el colegio, donde permanece hasta la 1:00 de la tarde; le recogen (con prisa, ya
que mamá o papá debe regresar al trabajo) para llevarle a la casa, tragar un almuerzo
rápido, ponerse otra ropa (sin bañarse a veces) y dejarla en clase de piano(o cualquier otra
actividad). Luego, con un taxi contratado, le recogen para dejarla en la clase de inglés,
donde permanece hasta la hora de salida de uno de los padres que la busca para volver
de nuevo a casa, pero antes es necesario comprar algo en el supermercado para la cena,
con esto evitar tener que volver a salir otra vez. Ya son más o menos las 7:00 pm cuando
nuevamente vuelve a casa, pero tiene pendiente las tareas del colegio que incluye un
trabajo que hay que salir a imprimir; pero, hay que cenar, descansar y compartir con los
demás miembros de la familia. Resulta que para esto último ya no hay tiempo ni fuerzas,
por tanto es hora de dormir y hay que acostarse.

Me imagino que leyendo estas líneas terminarán agotados, pero he querido describir un
día cualquiera de una jovencita de apenas 14 años, la cual, su madre, con las mejores
intenciones, pretende prepararla para un buen futuro. Sé que son muchos los padres que
se van a identificar con este ejemplo, ya que esto se ha convertido en el modo de vida de
muchas familias nuestras.

Trato de hacer énfasis en este tipo de situación, no solo por lo normal que es hoy día, sino
por las consecuencias psicológicas y físicas que produce en la familia y especialmente en la
joven del ejemplo. Estoy segura, que como esto se ha vuelto tan cotidiano, son pocos los
padres que se han detenido a evaluar hasta donde ese deseo de relleno o preparación está
trayendo como consecuencia serios problemas conductuales, específicamente altos niveles
de estrés emocional y, por ende, trastornos de tipo orgánico.

A veces veo jóvenes que apenas les quedan los dedos, porque las uñas las han eliminado al
máximo. Otros, con un mechón de cabello en sus manos de manera permanente, como si
con ello quisieran parar el tren de su vida.

Y tus hijos, ¿están montados en este tren?

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