¡Atención!


Hace unas semanas, el Sr. Miguel Guerrero, quien tiene una columna diaria por este mismo medio,
analizaba en uno de sus escritos las razones por las cuales tenía la responsabilidad diaria de dirigirse,
emitiendo sus opiniones, a nuestra sociedad. En mi caso particular, la razón por la cual asumo
cada semana la responsabilidad de escribir la misma, sin importar el lugar del mundo donde me
haya encontrado estos años, fue precisamente el deterioro que en los últimos diez años se ha ido
produciendo en nuestras familias. Aunque parezca sencillo, emitir juicios semanales, los cuales llegan a
miles de familias, es un gran compromiso. He repetido en varias ocasiones el eslogan "Para que hayan
sociedades sanas, necesitamos familias sanas, por tanto, el lugar que menos se debe descuidar es el
hogar. Cuando vemos reiterativamente las situaciones que se están dando dentro del marco familiar, sin
lugar a dudas, hay que tomar medidas inmediatas y empezar a trabajar con las mismas. Inmediatamente
surge cualquier enfermedad de tipo contagiosa, como por ejemplo el cólera, las autoridades de salud
de manera masiva usan todos los recursos disponibles para frenarla y eliminarla. Pues, esto mismo
necesitamos se haga con los problemas de salud mental presentes en muchos hogares, donde sus
síntomas, no solo han sido descuidados, sino mas bien, ni siquiera tomados en cuenta.

No voy a señalar episodios de los últimos que se han vivido, y que impactan inmediatamente al abrir
la pagina de un periódico. Solo quiero aprovechar este espacio, el cual la única finalidad es ayudar y
orientar cada semana a nuestra sociedad.

Enrique tenía seis años cuando yo estaba presente en casa de su madre y, sin ningún respeto, dada la
negativa de ella sobre algo que el mismo quería, empezó a pronunciar palabras inapropiadas, tirar lo
que tenía en la mano y diciéndole a gritos: "¡No te apures, no te apures!". Sentí vergüenza ajena, pero
especialmente, si hacerlo notar, mucha molestia por la actitud asumida de ella. Sin inmutarse y con una
sonrisa, su única corrección fue: "¡Vete para allá, malcriado, que tengo visita!". No me pude quedar
callada y le aconsejé en ese momento que tenía que revisar sus reglas y la forma que estaba educando
al mismo, ya que ella no tenía, ni respeto, mucho menos autoridad sobre su hijo.

Hoy, a sus 14 años, por no querer seguir en el colegio que siempre ha estado, arranca de las manos de la
madre los papeles de inscripción, los tira al suelo y exclama: "¡No voy para ese colegio!".

¿Que les parece la historia?

Comentarios

Entradas populares de este blog

Contaminación ambiental

Conviene a todos

Lo que a otros les falta