¿En verdad edificas?
En el mundo, todos aquellos que tuvieron la oportunidad de ver a
través de la pantalla el devastador terremoto ocurrido en el vecino país de
Haití el 12 de enero del año 2010, nunca podrán olvidar estas imágenes. El mismo,
según cifras oficiales, dejó más de 300 mil pérdidas de vida, sumado a
miles y miles de supervivientes con miembros amputados y, una parte muy
importante, las secuelas emocionales en ellos. Los trastornos psicológicos y
psiquiátricos son incalculables; los cuales, pasarán genraciones, y aún
heredarán las consecuencias causadas por este fenómeno.
En la actualidad, tengo
muy de cerca una sobreviviente a quien se le murió su hermana, varios parientes
y tiene una sobrina paralítica por haber quedado días enterrada hasta la
cintura. Suele repetirme su experiencia y, cada vez que lo hace, enfatiza: “No
quiero más volver a Haití. Me aterra. Y, amo mi familia, todo se lo envío;
pero, en mi mente no cabe volver allá.”. Bastaron minutos con una sacudida de la
naturaleza para que las principales edificaciones del país, como el palacio
presidencial, quedaran totalmente en ruinas. La cifra económica para su
restauración es gigantesca, y llevaría años hacerla. Así de devastador puede
ser para un individuo y su familia, por generaciones, una institución o empresa
o un producto que te costó años de investigación para poder lanzar al mercado
cuando todo queda destruido a causa del descrédito que a cualquiera, utilizando
las redes sociales y medios a su alcance, se le ocurre hacer. Insisto en esto
por saber cómo cuesta y cuánto hay que sacrificar y dar para que la institución
más importante se forme equilibradamente, y es la familia.
A veces pienso
que, si aquellos que por la razón que sea se encargan de dañar y ensuciar
nombres y se olvidan que al igual que este terremoto se podría acabar a tantas
personas, arrastrándolas y dañándolas para siempre, no tienen una familia
propia. Muy bien dice la Biblia: “Así también la lengua es un miembro pequeño,
pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!” (Santiago 3:5). Es muy
fácil lanzar todo lo que la boca quiera decir, independientemente de si se
tiene motivos o no para hacerlo, sin medir consecuencias a corto y largo plazo.
Si hay algo que debemos poner como propósito y con lo que mostramos crecimiento
emocional y espiritual, es precisamente hablar sólo para edificar, de lo
contrario, es mejor callar.
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