Tu valor (Parte 1/2)

“Marcas que dan estatus” es el título con el cual era iniciada la publicidad de una
página de periódico vespertino la semana pasada. El mismo me llamó la atención, y
conjuntamente con este, cómo la página era adornada con una serie de artículos de
las mejores marcas del mundo. De manera muy sutil, se nos va vendiendo la idea de
cómo una marca nos hace “ser mejor persona”. Inclusive, cada vez más nos inyectan
la necesidad de adquirir las mismas. Quiero me permitan recordarles un viejo adagio
que sostiene: “El hábito no hace al monje”. Es decir, una ropa no determina quien
verdaderamente eres.
El hombre ha sido creado para vivir en comunidad, a través de la cual somos
influenciados unos a otros. Por tanto, como en un círculo vicioso, todo el mundo
termina “necesitando la marca, o las marcas que nos imponen, y con las cuales
obtenemos valor”. Es por todo esto que tanta gente decide, de la forma que sea y a como
dé lugar, hacer dinero. Resulta entonces que en sociedades como la nuestra, donde sin
querer redundar, cada vez son mayores lo escándalos dados en todos los ámbitos, por
actividades ilícitas que conllevan al logro del enriquecimiento que desgraciadamente
es “obligatorio para yo poder valer”.
Tenemos una población altamente contaminada por esos conceptos erróneos, los cuales
han invadido nuestra cultura y, de manera especial, las jóvenes generaciones (que son la
mayoría) en nuestro país. Estos últimos, cada vez más, se desesperan por adquirir todo
tipo de bienes sin entender que “en la vida no se empieza a caminar sin antes gatear”,
pero, sobretodo, cuál es su verdadero valor.
La semana pasada enfaticé sobre rescatar la familia y velar por la misma. Pero hoy es
imprescindible resaltar los verdaderos valores que van dando “estatus a un individuo”.
Verdaderamente, ¿tienes valor por la marca de un objeto sobre tu cuerpo, por un
sector determinado en el cual vives, o por el vehículo en el cual te desplazas cada día?
Quiero citarles un versículo bíblico que sostiene lo siguiente: “Porque dices: “Soy
rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad”; y no sabes que eres un
miserable y digno de lástima, y pobre, ciego y desnudo,…”. (Apocalipsis 3:17)

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