Difícil de aceptar


De niña tuve la experiencia de ver cómo la vida de Doña Carmen, mujer fuerte y de carácter,
con estatus en su comunidad, es transformada. A no más de un año de perder su esposo a
causa de una enfermedad, su hija de 17 años, un domingo cualquiera, al salir de la iglesia tiene
un accidente, perdiendo la vida instantáneamente. Detrás de esto, par de años después, el
mayor, estudiante de término de medicina; al caerse en el baño por un aparente desmayo, lo
ingresan y, pasadas dos o tres semanas, fallece por una complicación hepática. Posteriormente
a esto, el otro hijo, el cual era obeso; por un simple cálculo renal y esconderlo, para no
preocupar; con veinte y tantos años, quien a veces se levantaba de madrugada a inyectarse a
la clínica del dolor, se le dañan ambos riñones, y también fallece.

Estas pérdidas de sus seres queridos, transforma a Doña Carmen en una mujer depresiva,
enferma; la fortuna heredada (fincas, carros, casas), la pierde, ya que su refugio se concentró
en el vicio del juego. Desde hace mucho tiempo vive en extrema pobreza y, sin salir de una
depresión con un sentimiento de rechazo y culpa del mundo que la rodea.

He querido presentar esta experiencia cercana, ya que la señora de la historia es nada más y
nada menos que una hermana de mi mamá. Mi tía, en ningún momento aceptó ningún tipo
de ayuda profesional para enfrentar un duelo tras otro, dedicándose solamente a, como ella
siempre repetía, “seguir viviendo”.

Y entonces, ¿Cómo estarán aquellas familias donde la pérdida de sus seres queridos viene
de forma súbita, arrebatados de forma violente y trágica; donde a veces son sus propios
progenitores quienes, en hechos horrendos, uno mata al otro y luego se suicida, dejando en
orfandad a sus hijos; o a lo inverso, padres que la violencia les arrebata a sus hijos?

Varias cosas importantes hay que iniciar, y son: La prevención de violencia intrafamiliar,
con orientación y evaluación de las familias; campañas abiertas de reorientación en valores
familiares; y, de manera especial, fomentar respeto, amor, valor cristianos y patrios perdidos
en nuestra sociedad dentro del hogar. Y, en otro orden, dar apoyo profesional permanente a
estos hogares donde el efecto traumático de una muerte violenta o trágica devasta y enferma
a cada miembro que cohabitan dentro de ese núcleo familiar.

Es responsabilidad de todos dar el carácter requerido a esta realidad.

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