Vivencia propia

“¡Líbreme Dios de vivir en una sociedad como esta con mi hermanito!” fue la expresión de mi hija al tener la oportunidad de vivir la siguiente experiencia: Estábamos participando en un congreso cristiano en el centro de una de las principales capitales de Europa; y decidimos salir de la zona en tren en la hora de almuerzo, al mismo tiempo aprovechando juntas la oportunidad de dar un paseo por la ciudad. Por ser fin de semana, dicho tren estaba bastante despejado, y de repente fue abordado por siete niños y niñas, los cuales entraron brincando y riendo sin poder parar; además de malolientes, sucios y descuidados; y, sobretodo, totalmente drogados. En un momento dado dos niñas del grupo se sentaron a mi lado, donde las mayores eran ellas, de más o menos 13 años. Eran lindas, rubias, pero un olor tan desagradable, no me paré del asiento porque quería escuchar lo que conversaban: “No se controlan, no saben usarla. Míralos como están.”, considerando ella, quien se comía en todo momento las uñas, que estaba en “control”. Durante más o menos los 15 minutos del trayecto la conducta de este grupo, aunque sin agredir a nadie, era insoportable. Una de las cosas de mayor impacto para nosotras fue la indiferencia absoluta de todos los adultos que como yo se encontraban en el lugar, los cuales para ni mirar, leían, volteaban el rostro; como si en su interior dijesen “¡Qué nos importa!”. Y absolutamente nadie intentó corregir o decir aunque sea una palabra. Por lo general las personas pertenecientes a sociedades como la nuestra, las cuales son consideradas tercermundistas y “atrasadas”, suelen establecer diferencias con marcadas críticas, precisamente deslumbrados por los avances de aquellas llamadas “desarrolladas”. A veces cuestiono cuando me ha tocado estar en otros países, cómo, aunque ellos tienen cosas resueltas que nos tomarían años llegar a tenerlas, aun con todas las precariedades que vivimos, terminó afirmando cuantas cosas tenemos las cuales ellos no tendrían recursos para comprar. Los dominicanos tenemos una tendencia marcada, independientemente de todo lo que acontece en estos tiempos, de apoyo, solidaridad, humanidad; cosas con las que se atraen y permiten que muchos individuos de otra sociedad quieran no solo venir, sino establecerse con sus familias. Algo que he vivido, específicamente en España, donde por muchos años me he mantenido visitando por asuntos de trabajo, cómo al decir “soy dominicana” la gente se alegra e inmediatamente asume un cambio de actitud. Son muchas las ocasiones en las cuales me han dicho: “Mi luna de miel la pase en Santo Domingo”; otras: “Voy a casarme y mi luna de miel la tengo comprada para allá”; y muchos, ya mayores, se contentan narrando las experiencias que habían vivido en mi país, y que estaban ahorrando para volver. Sin sentimentalismos, la nación que tenemos, cuando sales de ella es cuando verdaderamente descubres todo lo que tienes. La añoranza del regreso, independientemente de las circunstancias económicas y sociales que vive en otros países la mayoría de emigrantes nuestros, es una de las cosas que me han conmovido grandemente. Me decía una pariente que tiene más o menos 30 años en Estados Unidos: “Solo me quedan dos para mi retiro, con lo que al fin vuelvo de nuevo a vivir a mi país”. Nuestra responsabilidad es tratar de preservar todo lo que tenemos, sacando todo lo que nos daña y rescatando cosas que, quizás por imitar a otros, hemos permitido que se vayan perdiendo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Contaminación ambiental

Conviene a todos

Lo que a otros les falta